Despedida


Cuando me despedí ya el sol golpeaba los rostros. Una noche completa, llena de palabras que quedaron inconclusas. Mira que nuestros ojos se miraron como se hace con las esculturas. Daban las nueve y yo caminando en medio de un parque, archivando canciones y risas en una pequeña esquina de mi cabeza. Parece mentira, ¿no?, ¿Cuánto tiempo ha pasado? Sí, es verdad, parece que hace dos meses. Dame un beso fuerte que ya tienes que irte, vamos, no te limpies con tu manga, mírame como esa noche; te ríes.

Ahora que ya tomas el vuelo devuelta a tu vida, tienes la cabeza gacha mirando tus zapatitos para evitar mirar Paris que en un instante anulará el tiempo que estuviste cerca, en la manifestación, en la peña, en el puerto, en una noche de palabras. Entiendo perfectamente, pero para una adicta al viaje como tú, debería estar claro el apego, debe ser, sé que lo sabes, pero déjame recordarte que aunque quieras llevarte esa flor, no puede ser.

Seguro que Paris sigue siendo igual de lejos que siempre. Yo por mi parte miro a Santiago más escondido del mundo que nunca, escribiéndote mi primera carta.

¿Tienes frío?, está a punto de convertirse en invierno, y afuera llueve, oh! perdón, verdad que después el sol te volverá a quemar la sangre, es tu tercer verano seguido, has cruzado los hemisferios como quien compra el pan para el desayuno. No sé si mis brazos te puedan cubrir como esa mañana cuando nos despedimos de forma simple, a pesar que tú venías de otras despedidas más complejas, también acompañada de viajes, amor y todo eso. Aunque no lo creas las despedidas así como éstas, ya sea en aeropuertos, o en una tarde de otoño en pleno febrero, se me han vuelto repetitivas, trozos mayoritarios de mis recuerdos, sí, estamos hechos de despedidas. Y concretamos la vida con la despedida primordial: la muerte, no me mires así, que es verdad.

Sé que quieres pensar en todo en un instante pero tal vez la rue du jeu de Paune siga siendo la misma, distrayéndote de tu memoria, de tu viaje al Perú. Hasta esta tarde en el taxi camino al aeropuerto, no has cambiado tus ojos, me miras como desde abajo, tal vez te pesan las previsibles palabras, los lingüísticos lugares comunes de la despedida, escribe pronto que yo ya he comenzado, te quiero, yo también. Pero dime que me esconderás también en un lugar de tu memoria. Que cuando estés por entrar a la rue du jeu de Paune olvida que estamos a distancia, y que quizá tu habitación se parezca a la mía. Resiste los sentidos.

Sí, ¿quieres venir? Perfecto es este fin de semana, así de simple, y entonces te pasé a buscar, y el vestido se adhería a tu caminar, y esa noche, sí y el beso robado, te ríes de nuevo, y el baile, más bien tú danza, y yo con la cara de idiota tratando de agradarte, me gusta cómo te ríes, pero fue así ¿o no?, fue sin aviso previo y te besé, luego me fui por primera vez y me dijiste que te gustó el robo. Ya, sin esa cara por favor, que las lágrimas me van a rodear los ojos y se destruiría toda la teoría viajera que te planteo.

El autobús que me lleva de regreso tiene los vidrios empañados, aparte de una señora con un abrigo pequeño, solo voy yo. En tu caso, tal vez haga más calorcito estando más cerca del sol, tal vez estés mirando para atrás como esa vez en que despedirnos fue más largo que nuestra velada, nos mirábamos hacia atrás, reencontrándonos y a veces devolviéndonos, para re abrazarnos, y volver a despedirnos. Cuando fue definitivo volvimos la mirada a destiempo, tú en camino del puente, y yo entremedio del parque nuevamente, yo volví la cabeza dos segundos después, entonces tu pelo y tus manos balanceándose, tú ya no miraste mi cara sino, hasta el otro día, cuando fuimos a lo de la villa de tortura, ¡qué episodio! Insististe en ir, yo entiendo, pequeña, pero yo viví siempre al lado de eso, no me gustaba pasar por ahí, viste que ya está lleno de flores, pero el dolor se encuentra en cada uno de sus pétalos, como que me saca, no veo la diferencia de antes, el dolor, los gritos no se borran ni con flores ni nada. Perdón es que ya sabes, sé que no es un buen momento, abrázame.

Viste. Ya ha dado la hora. Mira tu reloj. Bueno, está bien te digo la hora al oído, te extrañaré. El 767 te espera. Sí, duele. Cómo no ha de ser así, anda, anda a perderte por el planeta de nuevo, despliega tu alma por los continentes, tú sabes, cuando quieras vuelve, cuidado con la flor, ojalá no te la encuentren, vente mañana o en veinte años, y ahí si quieres nos despedimos de nuevo, una madrugada al lado de un parque, sólo si quieres, cuando quieras vuelve así, como pasó todo esto, llega de pronto, sin avisar.

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