Es cosa de saber qué puerta se abre cuando escribes

Texto publicado en arteatex.blogspot.com
Podemos plantearnos una historia de principio a fin. Sentarnos frente al computador y escribirla tal cual como la imaginamos previamente. Pero al momento de empezar a presionar las teclas para que salgan las primeras palabras de la novela o cuento o ensayo o lo que sea que estemos dispuestos a escribir chocamos con la realidad. ¿Cuál es esa realidad? La realidad del relato mismo. Ese es el primer obstáculo para comenzar a escribir. Lo más interesante es que te persigue durante todo el proceso creativo. No puedes escapar de ella. La idea de que uno inventa todo lo que escribe es en gran parte (por no decir totalmente) ilusoria. La fluidez del lenguaje, el ritmo narrativo está íntimamente ligado al escenario que escogimos (uno de los pocos actos totalmente libres a la hora de crear). Si queremos contar una situación alegre difícilmente usaremos en el tono del lenguaje recursos que describan melancolía. Y esto no tiene que ver solo con los tips relativos al género que usas para contar la historia. Si no que de cuánto la historia misma te obliga a decir de la realidad de lo que escribes. La gracia de este totalitarismo creativo es que estás obligado a sumergirte en la vida misma de la historia, pero es tu labor encontrar la realidad a la cual te someterás una vez escrita la primera frase. La realidad de lo que narras no te anda persiguiendo para que tú seas el elegido escritor. Si no la descubres, la historia no se deja escribir. Hoy entrevistaré a una persona para que me cuente detalles que me sirvan para la novela que escribo. Horas antes de esa entrevista me esfuerzo en elaborar un tipo de cuestionario que me permita sacar la mayor cantidad de elementos posible que apoyen el curso de la historia que quiero contar. Pero, en vez de escribir esas preguntas he decidido hacer cómplice a mi entrevistado del escenario escogido para contar la novela. Nos vamos a ir a tomar a algún bar mientras Chile juegue con argentina por las clasificatorias, eso, si encontramos algún espacio donde sentarnos. Conversamos y lo envuelvo de lo que estoy escribiendo. Entonces ¿cómo pregunto por un contexto que yo escogí, pero que a su vez siempre estuvo ahí, y que entonces es inamovible en tanto imaginario? Es como abrir una puerta hacia un lugar que está escondido bajo tierra. Mi novela se trata de punkys. Punkys en el noventa y cinco. Mi entrevistado ya era punky ese año. Yo era joven también en ese año, y escuché punk, pero tenía catorce años y no me movía mucho de casa. En cambio él tenía veintidós, la edad de Miguel, mi protagonista. Visualizo para esta tarde una pequeña peregrinación por los bares cerca de casa para ver dónde hay espacio para tres persona (también va el Lucho, amigo, quien hizo de nexo) hablando de una novela que ni siquiera sé si la terminaré de escribir, (a veces le temo, aunque no me gusta la idea de abandonarla). Esa peregrinación que ahora entiendo saldrá de casualidad, pero sin duda saldrá, es infinitamente más pequeña que las peregrinaciones que la pandilla de punks de la historia hacían constantemente, o bien para conseguir un copete o para ir a algún recital perdido en los suburbios de Santiago. Pero esa peregrinación nos acercará un poco a Miguel y sus amigos ¿Qué pasa si terminamos hablando en un bar que no esté dando el partido porque es demasiado refinado? Sería patético. La realidad de esta tarde mandará, y quizás entremedio la realidad de la novela se haga presente. Es cosa de saber qué puerta se abre cuando escribes, pero una vez que sabes no hay posibilidad de insumisión, ella hará lo que quiere contigo. A lo mejor gana Chile a Argentina, ahora eso es el futuro. Puede que pase cualquier cosa, ya abrí la puerta cuando le pregunté si podía entrevistarlo, ahora a asumir las consecuencias. En una de esas terminamos tomándonos la última cerveza en una cuneta sucia.

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